jueves, 30 de septiembre de 2010

Leather



Bajo la cremallera y busco tu intimidad dejando mi huella en tu piel, tocando, sintiendo, besando todo de tí... sabes a miel. La dulzura se desborda en mis dedos, en mis labios, en mi sexo que te adora. Me rindo a tus gemidos, embriagada por tus caricias y las mías. Me sometes a tus deseos y soy esclava de ellos cuando mi rostro se pierde en medio de tus muslos. Y me arrebato, me pierdo saboreando, llenándome la boca de eso dulce que sabe a ti. Mis manos envuelven tu cuerpo, lo acarician, lo sofocan, lo moldeo fuerte y suave como a ti te gusta. Tal parece que te dibujo, que te plasmo, es mi forma de amarte... con mis manos... tatuando tu cuerpo con mis labios...

jueves, 23 de septiembre de 2010

La soledad de los números primos

«En una clase de primer curso Mattia había estudiado que entre los números primos hay algunos aún más especiales. Los matemáticos los llaman números primos gemelos: son parejas de números primos que están juntos, o mejor dicho, casi juntos, pues entre ellos media siempre un número par que los impide tocarse de verdad. Números como el 11 y el 13, el 17 y el 19, o el 41 y el 43. Mattia pensaba que Alice y él eran así, dos primos gemelos, solos y perdidos, juntos pero no lo bastante para tocarse de verdad.»
Paolo Giordano

Una serie matemática es una hermosa metáfora para hablarnos de la historia de un hombre y una mujer cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias tremendas de episodios ocurridos en su niñez. Pese a la fuerte atracción que sienten y les une, la vida pone ante ellos barreras invisibles que ponen a prueba la solidez de su relación.
Si el amor es una compleja fórmula de física y química, en este libro la soledad es una serie matemática. Pero en la vida, a diferencia de en las matemáticas, pocas cosas son exactas. En vez de un 12 hay veces que nos separan las palabras que no han sido dichas. En vez de un 18, la mirada que escondimos, la sonrisa que escamoteamos para no exponernos demasiado. En vez de un 42 los besos y caricias que no compartimos...

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ariel

8 sep 10

"No te fíes de él, es un ángel y a veces un diablo, un espíritu del aire", me dijiste cuando te conté que había peinado a una sirena llamada Ariel.
No se si esa pequeña sirena de cola verde, con destellos plateados y melena roja como el fuego, era algo más que una muñeca, pero todavía conservo la sensación que viví al peinarla con mis dedos. En mis manos se convirtió en el mejor de los regalos.
No recuerdo haber querido ser peluquera de pequeña, pero sí que todas mis muñecas iban muy bien peinadas, especialmente Coral, una preciosidad con piel oscura y melena endiabladamente rizada. Mojaba sus cabellos y los desenredaba con el cepillo de mamá hasta que sus rizos desaparecían sólo por unos breves minutos. Ellos volvían a aparecer y entonces me entretenía en hacerle extraños moños, coletas o, incluso, ya cansada, me atrevía a cortarle unos rizos.
Pensaba en ello mientras los cabellos de Ariel cobraban vida en mis manos. El sol iba perdiendo su fuerza y el tiempo se había detenido. No oía la conversación de los amigos que me acompañaban, ni la voz de Lucia, una preciosidad rubia de cuatro años, que me pedía que le devolviese su sirena. Mientras terminaba de recogerle el pelo recordaba todos esos instantes en los que trabajando llegué a sentir esa sensación maravillosa que en esos momentos me embargaba.
He sido peluquera veinte años y no todas las horas han sido plenas, pero sí muchas de ellas. Conseguir con mis manos y conocimiento transformar un cabello ha llegado a ser uno de los dones más bonitos que me dado la vida. Sentir la textura de un cabello, darle forma o color, estructurar un corte, crear un recogido, como si de una pintura o escultura se tratase. Ver la cara de satisfacción en la persona que ha requerido tu trabajo, oír: "Nunca me he visto tan guapa", "Me siento muy bien con la imagen que has creado para mi", "Nadie me ha tratado el cabello como tú", "Gracias por enseñarme a querer mi cabello"...
Y Ariel consiguió que recordase que, aunque ya no pueda ejercer, sigo siendo peluquera. Aunque mi peluquería ya esté en manos de otra persona yo siempre podré encontrar ese instante especial, esa sensación anhelada, ya sea peinando los cabellos de una pequeña muñeca... o los de un ángel.